El movimiento no gubernamental esta viciado desde sus orígenes, en plena dictadura. Aún madurando en la transición y teniendo la ciudadanía como motor, la democracia no ha sabido dar la forma, volumen y viento que necesita para que navegue entre la cohesión interna y la coordinación con los otros dos sectores, el privado y el público.

Si bien es cierto que grandes entidades sociales estuvieron vinculadas con el régimen franquista, también lo es que hoy existe un acercamiento mayor hacia ellas por parte del Gobierno, incluso más que hacia las organizaciones que nacieron en la democracia como movimientos ciudadanos –no sólo de reivindicación- de colaboración con la administración que empezaba a cubrir las necesidades emergentes, como los derechos de una ciudadanía en un estado de bienestar.

Hoy la crisis no puede hacer tambalear –o derribar- los grandes pilares que mantienen este modelo de estado basado en la protección de la educación y la salud. Puede y debe reformular, pero siempre desde la transparencia, unión e imparcialidad.

Sistemas como la monarquía, las autonomías, la unión europea, la iglesia, la banca, la globalización alternan protagonismo en una balanza del poder que, entre otros, nos ha puesto de manifiesto el libro “Quién manda en España” de Carlos Elordi. Quizás, lo más significativo, y que traslado al Tercer Sector porque me preocupa, son los poderes opacos. Muchos no están de acuerdo en las sombras del poder actual, pero en el Tercer Sector empiezan a vislumbrarse muchos silencios, oscuridades o como diría el filósofo José Luis Pardo, “micropoderes”. Ya Michel Foucault hablaba de ellos. Hoy, las redes sociales son un verdadero poder en sí mismas. “Entenderlas”, saber de ellas, es estar en el poder.

El Tercer Sector tiene una brecha profunda en la que se ha sumergido por el peso de su trabajo. Y, en estos momentos, tiene que escalar entre las paredes de esta grieta y salir de nuevo a la luz. Tiene que encontrar un nuevo diálogo con la administración. Exigir al mundo de la empresa un nuevo posicionamiento, revisar los convenios con la administración, la puesta en marca de la responsabilidad social como el retorno a la sociedad de parte de las ganancias que de ella saca. Pero también hay que consolidar una conciencia de clase que le permita tener una representación democrática y estar como un agente social más en las decisiones macroeconómicas. Construyendo una verdadera economía del bienestar. Porque dar un euro a una ONG es convertirlo en diez euros pero también en diez besos.


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